martes, 31 de mayo de 2016

Lola. ('Con nombre propio')



Llevo tanto tiempo en paro que se podría decir que mi trabajo consiste en buscar trabajo. Al principio me descartaban de las ofertas por no estar suficientemente cualificada. Ahora es por lo contrario: «Demasiada preparación para el puesto que ofrecemos». Y después, si les pesan los remordimientos, añaden: «Con este currículum no tendrá problemas para encontrar algo mejor». Y yo siempre me quedo con ganas de contestarles: «Claro, yo es que no trabajo porque estoy esperando algo mejor», pero al final acabo mordiéndome la lengua y saliendo de allí con la mayor dignidad posible.
La casa está vacía. Joaquín arrasó con todo cuando decidió marcharse. Bueno no, según él, sólo se llevó sus cosas. A mí me dejó la cocina, la plancha y la cama. Lógico, en los últimos dos años es para lo único para lo que he servido: cocinar, planchar y…
Mis amigas hace tiempo que procuran no llamarme. Normal, estoy en plena fase de autocompasión: etapa en la que no soportas a nadie y te pasas el día quejándote de lo asquerosa que es tu vida.
Y yo me pregunto: ¿para qué seguir aquí? Con lo que Joaquín me pasa apenas tengo para pagar el alquiler y el paro se me acabó hace meses.
Sin dinero, sin amigos, sin trabajo y sin ganas. Creo que cumplo todos los requisitos para quitarme de en medio. Cogeré los últimos veinte euros que me quedan y haré una visita a la farmacia. Seguro que tienen algo fuerte para terminar con esta situación de raíz. Las recetas son fáciles de conseguir; nada más sencillo que hacer una visita al médico y contarle lo estresada que me encuentro y, sin más, tranquilizantes por un tubo, nunca mejor dicho. Así funcionan las cosas en este país, no se molestan en buscar más allá. Nos dan cualquier cosa con tal de que no les demos guerra.
Con mis recetas y mis veinte euros bajo arrastrándome a la farmacia que, por suerte para mí, no cae muy lejos de mi casa, una urbanización que colecciona intentos de nuevos ricos -ahora venidos a menos con esto de la crisis.
Hace una mañana asquerosamente soleada. En estos días sin salir de casa, la primavera ha decidido instalarse entre nosotros. El jardinero está retocando los rosales. Tendré que saludarle y, sinceramente, no me apetece fingir una sonrisa acompañada de retazos de anodina conversación.
Me ha visto. No tengo escapatoria. Me saluda con la mano haciendo aspavientos para que me acerque. Ya sí que no me libro de las cuatro frases vacías de rigor. (…)

viernes, 13 de mayo de 2016

"Gustavo", con la voz de Jos Gómez



No lo tenía pensado, la verdad. Pero, después de que varios de vosotr@s me lo hayáis recordado…
Aquí va un cuento de miedo, en honor a este viernes 13, de la mano —mejor dicho, de la voz— de Jos Gómez que, de forma magistral, se mete bajo la piel de Gustavo, un tipo… Peculiar.
Disfrutadlo (o sufridlo).




jueves, 12 de mayo de 2016

Profundidades


Y en mitad de la sala vacía, cuando las campanas de la iglesia rompieron el silencio, María subió a la superficie de las páginas, dando una tremenda bocanada de aire. Apoyándose en el borde del libro, con esfuerzo, consiguió salir de la marea de palabras que la empapaba.
Por unos segundos, se quedó sentada en el borde de la mesa, recuperando el aliento, ahora que, por fin, estaba en tierra firme. Se retorció el pelo hasta lograr que cayeran las últimas letras que aún goteaban, formando un charquito de sílabas en el suelo, y sacudió de sus manos frases completas  que, como algas pegajosas, se le habían quedado enredadas entre los dedos.
Se giró y volvió a mirar a las profundidades del libro. Y allí estaban, suspendidos en el último renglón de la página, el Capitán Nemo, a punto de enfrentarse al gigantesco pulpo que, con sus interminables tentáculos, había conseguido atrapar al escurridizo Nautilus.
Suspiró y cerró el libro, con cuidado, tratando de no empapar, aún más, la mesa de la biblioteca con el agua que se desbordaba por los márgenes.
Se acercó a la estantería que guardaba todas las obras de Julio Verne y, poniéndose de puntillas, dejó el libro en el hueco que le correspondía, despacio, sin agitar demasiado su interior.
Y, chapoteando entre historias a medio terminar, dejando tras de sí un reguero de vocales y consonantes, regresó a casa, deseando volver al día siguiente para zambullirse, de nuevo, en las profundidades del libro.

Imagen:
http://whitebook.deviantart.com/art/The-Water-Book-88384567

miércoles, 11 de mayo de 2016

Julia. ('Con nombre propio')



Siempre tuve alergia a los gatos y al final he acabado viviendo con uno. Julia es pura sensualidad, incluso cuando duerme acurrucada a mi lado, envuelta en carísimos camisones que compra cuando está aburrida, abrazada a delicadas almohadas que renueva siempre que le viene en gana y oliendo al último perfume del diseñador que esté de moda.
Pero Julia es mía. Tan felina y traicionera como tierna y pasional. Cara de mantener, cierto, pero mía.
Cuando despliega sus encantos en mi cama, entonces, todo gasto ha merecido la pena. Ardiente y salvaje, pero a la vez mimosa e inocente, se roza contra mi cuerpo, sinuosa, despertándome mil sensaciones. Me clava las uñas en la espalda cuando el placer la consume y, después, duerme tranquila, conmigo, junto a mí.
A su manera, me quiere y, a su manera, me lo demuestra. Y yo pierdo la cabeza, enfermo de deseo, sólo con saber que ella me espera en casa.
Es caprichosa, tozuda, egoísta y desconfiada, quizá traicionera, siempre pasional, dulce, ardiente… Una gata con un cuerpo que me vuelve loco: joven, firme, suave. Hace de mí lo que quiere, pero es conmigo con quien quiere hacerlo.
Siempre tuve alergia a los gatos y al final he acabado viviendo con uno. Julia es pura sensualidad, incluso cuando duerme acurrucada a mi lado, envuelta en carísimos camisones que compra cuando está aburrida, abrazada a delicadas almohadas que renueva siempre que le viene en gana y oliendo al último perfume del diseñador que esté de moda.
Pero Julia es mía. Tan felina y traicionera como tierna y pasional. Cara de mantener, cierto, pero mía.
Cuando despliega sus encantos en mi cama, entonces, todo gasto ha merecido la pena. Ardiente y salvaje, pero a la vez mimosa e inocente, se roza contra mi cuerpo, sinuosa, despertándome mil sensaciones. Me clava las uñas en la espalda cuando el placer la consume y, después, duerme tranquila, conmigo, junto a mí.
A su manera, me quiere y, a su manera, me lo demuestra. Y yo pierdo la cabeza, enfermo de deseo, sólo con saber que ella me espera en casa.
Es caprichosa, tozuda, egoísta y desconfiada, quizá traicionera, siempre pasional, dulce, ardiente… Una gata con un cuerpo que me vuelve loco: joven, firme, suave. Hace de mí lo que quiere, pero es conmigo con quien quiere hacerlo.
(…)

martes, 3 de mayo de 2016

Isabel. ('Con nombre propio')



El constante pitido del despertador me devuelve a la realidad y, aunque en el fondo quiero lanzarlo por la ventana por despertarme en otro día infernal de trabajo, hago todo lo posible para enfrentarme con dignidad a esta nueva jornada.
Hoy no voy a consentir que me suceda lo mismo de ayer. Tantos años de estudio para conseguir plaza en este instituto, no voy a tirarlos por la borda por culpa de cuatro malcriados que intentan medir sus fuerzas diariamente conmigo.
Al principio no era así. Estaba orgullosa de mis chicos, de sus logros, del buen ambiente que se había conseguido en la clase y del alto nivel académico que estábamos consiguiendo a base de trabajo constante.
Pero el tiempo lo estropea todo y mis chicos fueron creciendo y cambiando. Aunque seguían siendo aplicados y buenos estudiantes, algunas de las manzanas de mi cesto se han ido pudriendo por culpa… no sé muy bien de qué.
Las clases se fueron convirtiendo en una batalla constante entre ellos y yo. Me sentía tan sola. No sabía qué hacer, intentando mantener mi autoridad pero sin el apoyo de nadie, si acaso alguno de mis alumnos pero poco más. La dirección, el claustro y sus propios padres se lavaron las manos, achacando el problema a que yo no era capaz de llevar la clase, a que quizá eso "no era lo mío". (…)