martes, 6 de febrero de 2018

¡Ojo a los Goya!


 Martes. Frío. Muy frío. Es de noche. La ciudad se colapsa y se hiela, a partes iguales.
Ya sé que mi taxista de cabecera estará atrapado en el atasco, que este no es un buen día para sentarnos a charlar y que parezco un bulto sospechoso, en lugar de una persona: con mi bufanda de cuadros rojos y un abrigo que amortiguaría una caída desde el piso 42… Pero estoy calentita y tengo ganas de comentarte los últimos acontecimientos.
No me niegues que el sábado noche, con el frío que caía, te quedaste en casita, pegado a la televisión, para disfrutar de la Gala de los Goya.
Yo sí, lo confieso, con mis palomitas y mi móvil cerquita, que estas cosas no se ven con la misma intensidad si no sacas la cabeza al patio de twitter, para dejar constancia de lo que opinas, aunque no le interese a casi nadie.
La gala empezó con intención de divertir… Pero esa intención se desvaneció en el momento en que los presentadores abrieron la boca. No debe ser fácil llevar con buen ritmo una gala como esta, pero está claro que Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla han conseguido lo que nadie imaginábamos que se podía conseguir: que hubiera plegarias en las redes por la vuelta de Dani Rovira.
Los más jóvenes del lugar —y te incluyo a ti, joven padawan—, quizá no recordéis los tiempos en los que Rosa María Sardá hacía vibrar al personal con su particular forma de llevar la gala. Desde aquí —y esperando que secunde la moción mucha más gente—, ruego a quién corresponda que vuelva la Sardá para ediciones futuras.
Dicho esto, fue una gala reivindicativa, donde se habló mucho de la mujer y por la mujer, aportando una colección de datos que pondrían rojo al más pintado. Pero, en mi opinión, con exceso de zascas al sector masculino que aguantó con una sonrisa casi todos los comentarios, y que en algunos momentos eclipsó la razón de ser de la propia gala.
Muy bonito y llamativo el detalle de los abanicos rojos… Aunque, para la próxima, pónganle la tilde. LAS MAYÚSCULAS TAMBIÉN SE ACENTÚAN.
Geniales, a mi parecer, las mujeres que salieron a presentar y que tuvieron tiempo de hacer su discurso. Personalmente, me quedo con Paquita Salas. «¡Ole tú!».
Detalle feo, como siempre, el momento del recuerdo a los que ya no están. Cierto es que lo de los aplausos es un agravio comparativo que no se puede controlar. El público aplaude, porque lo siente así, y no se puede coartar su libertad a la hora de emocionarse. Pero yo me centro en una petición más sencilla de subsanar y que llevamos años demandando: una voz en off que vaya leyendo cada uno de los nombres. Es algo que agradecerá mucho la gente de mi club (ciegos, invidentes, discapacitados visuales… como nos quieras llamar) y todos aquellos que, por uno u otro motivo, tampoco acierten a leer la pantalla. Y no me vengas con la excusa de la lentitud, que en tres horas debería dar tiempo a todo.
Pero vamos a lo importante: ¿quién se llevó el gato al agua? Pues tres películas que son para chuparse los dedos: ‘La librería’, ‘Handía’ y ‘Estiu 1993’. En inglés, euskera y catalán… ¡Y qué viva la diversidad y la madre que los parió!
Que todo el mundo debería hablar inglés, está claro, pero no es así. Que el catalán se puede entender si nos fijamos en el contexto, puede ser. Pero, dime una cosa: ¿cuántos conoces que hablen euskera? Esto nos demuestra que el cine español no es solo en castellano y, por tanto, todas estas películas se han tenido que doblar para  su consumo generalizado.
Entonces, señoras y señores Académicos: si las películas han sido dobladas para su distribución en la mayoría de los cines… ¿me pueden decir el nombre del gremio artístico que se dedica a la traducción sonora de una película? ¡EXACTO, EL ACTOR DE DOBLAJE! Ese que no tiene  un premio asignado en su gala, ese que nunca es tenido en cuenta cuando se ondea la bandera del “cine español” y ese que, si ha fallecido, quizá aparezca fugazmente en el momento “in memorian”.
Señoras y señores del cine, a ver si se van dando cuenta de estos detallitos. Claro que yo sólo soy una chica ciega, en un banco, soltando una perorata a quién la quiera escuchar. A nosotros nunca se nos tiene en cuenta, aunque nuestras opiniones sean verdades como puños… Puños como ese que acabó por aplastar a los presentadores y que puso fin a una gala para recordar por lo reivindicativa y no por divertida.
En fin, que hace demasiado frío para que sigamos aquí charlando y mi taxista ha conseguido venir al rescate.
No dejemos pasar tanto tiempo sin coincidir en este banco.
Nos vemos.
Lucía.

viernes, 2 de febrero de 2018

Artículo de Lucía: Porque un libro no es sólo de papel

Sentada en mi banco, a la espera de mi taxista de cabecera, disfruto leyendo el último libro de Millás.
¿Que cómo leo si no puedo ver? ¡De muchas maneras! Nunca te lo he contado porque no quería darte envidia de todas las posibilidades que tengo a mi alcance. Y es que, por suerte, un libro no es solo de papel.
Está la opción clásica: en braille. Es lo más parecido a leer “en tinta”, solo que usas los dedos en vez de los ojos. Pero no es práctico, no es funcional. Un libro en braille ocupa mucho. Por ejemplo: “El Principito” que en papel apenas ocupa las 70 páginas en un formato de bolsillo, en braille se convierte en un armatoste de 35 cm de alto, por 27 de ancho y con un grosor de unos 3 cm.
Yo leo en braille de vez en cuando, por ejercitar el tacto. Pruébalo un día, busca una caja de medicamentos, por ejemplo, y desliza el dedo índice por esos puntitos incongruentes… Las yemas de los dedos son capaces de aprender a decodificarlos. Aunque pienses que es difícil, no lo es. Cuando quieras te doy un curso intensivo y verás el partido que se le puede sacar.
Otra opción que cada vez está más extendida, seas ciego o no, es el audiolibro. Una “biblioteca sonora” que te acompaña allá donde vayas. Voces de calidad leyendo solo para ti, envolviéndote con sus palabras y contándote una historia que el autor ha inventado a base de mucho esfuerzo y creatividad.
El problema es que, para ambas opciones, toca esperar un tiempo prudencial a que el libro esté “traducido” a estos formatos. Desde el momento que encargas la adaptación hasta que llega, pueden haber pasado meses… Con el consiguiente riesgo de que, algún spoiler de los que viven agazapados por la ciudad, ya te haya venido a destrozar la historia.
Por suerte, hay una tercera opción que elimina esta tediosa espera: el libro digital. Y aquí quiero que escuchen bien atentos aquellos detractores de este formato, para que entiendan  por qué no deben librar una batalla contra esta opción, ya que, para muchos, es la única manera de poder tener “a mano” todo lo que se publica, al mismo ritmo que los demás.
El libro digital te permite llevar toda una biblioteca en tu dispositivo. Solo se necesita una sencilla aplicación que lee en voz alta, con voces cada vez mejores, fluidas y agradables, dándonos la opción de poder escoger entre masculina o femenina, la velocidad, el tono, el idioma… Y así, disfrutar de un ejemplar recién horneado y leerlo cuando aún es noticia.
Las nuevas tecnologías, señores, es el futuro y la inclusión absoluta, si ustedes quieren.
No todo el mundo es partidario, por la piratería, por la idea romántica del libro como objeto y por eso de que “hay que leer en papel”. Y tienen razón, a mí me encantaría, de verdad, pero puesto que no puedo, que no me entornen las puertas de un mundo que está ahí esperando a que lo viva con la misma intensidad que ellos.
Sin duda, leer en “tinta” es maravilloso. Sentado en un parque, en el autobús o en la cama antes de dormir, asimilas las palabras dándolas la entonación que quieres, hueles el libro, lo tocas, suena al pasar las páginas, te llena las manos y tus ojos corren ligeros por los renglones, devorando una historia que te ha atrapado y que no tiene pensado soltarte hasta que tú no acabes con ella.
Es fantástico, algo mágico, de las mejores cosas que podemos hacer en esta vida… Pero, cuando se te gastan las pilas y vives en un perpetuo fundido a negro, hay que buscarse otras maneras de disfrutar de esas historias. No es ni mejor ni peor, es distinto. Diferente. Y en esto, como en casi todo, hay que respetar y entender que “cada uno sube las escaleras como quiere” (o como puede).
Viene mi taxi. No dejes de leer, es bueno en y para todos los sentidos.
Nos vemos.
Lucía.

Imagen:

https://minimoon.deviantart.com/art/Wall-to-Wall-books-60550365